viernes, 13 de agosto de 2010

Niños inquietos e hiperactivos: con las pilas puestas

NO es un descubrimiento que los niños de hoy son mucho más activos y despiertos que los de hace veinte o treinta años. Vivir en una sociedad que a cada momento los bombardea con estímulos y que los llena de exigencias es una de las razones que llevan a esta mayor impulsividad e inquietud, según los especialistas. "Además, hay períodos en que los niños naturalmente son más inquietos que en otros", dice María Tapia Donoso, psicóloga de la Universidad de Chile y terapeuta familiar del Instituto Chileno de Terapia Familiar de Santiago.

Fuente: Padres OK

Así es como entre los tres y los cuatro años es común apreciar estas conductas. "A esa edad el niño ya domina bastante el mundo y puede seleccionar las cosas de sus interés, entonces probablemente va a ser bastante más inquieto”, precisa. A partir de los cinco años esta actividad suele descender, al menos por un par de años.

En todo caso, existen pautas que permiten distinguir si se trata de una actitud esperable para la edad o si es un cuadro que requiere de ayuda profesional.

La hiperactividad es un término médico que alude precisamente a un niño que se muestra extremadamente inquieto, pero que además presenta permanentemente otros rasgos que perjudican su calidad de vida, y por ende, la de su familia.

Detectarlo de forma precoz (alrededor de los cuatro años), permite brindar al niño de un tratamiento adecuado y oportuno, que reduzca las consecuencias negativas de la hiperactividad en su vida presente y futura.

Se pueden realizar exámenes médicos que, en ciertos casos, evidencian alteraciones en la estructura cerebral del pequeño. En otros casos, en cambio, no existen estos indicios, pero un diagnóstico especializado debería detectar si el niño presenta o no hiperactividad.

¿Inquieto o hiperactivo?

La gran cantidad de energía que derrochan y la inquietud constante son señales propias y esperables a esta edad.

“Si pregunta sobre las cosas, si éstas le atraen, se interesa por ellas o dice, ‘¡mira, mamá lo que estoy haciendo’! y pone atención a la respuesta de su madre”, según la especialista, se está frente a un niño simplemente inquieto.

En cambio -agrega- si se sube a medias a la mesa, no se detiene un instante a atender la respuesta del adulto, si las tareas van quedando inconclusas y el niño no se interesa por cumplir aunque sea una pequeña meta, el panorama es distinto.

“A estos chicos todo les llama la atención, pero nada se mantiene en su campo de concentración; pocas veces hacen caso, porque no conservan en su memoria las órdenes e instrucciones que le dan”, indica esta terapeuta familiar. Su sistema motriz también se ve alterado y por eso con frecuencia se muestran bruscos y se mueven con torpeza.

Los límites para distinguir entre uno y otro caso son difíciles de precisar. María Tapia estima que “si a los padres les parece que su niño -sobre todo si tienen más hijos con quienes comparar- no mantiene la atención y no detiene la mirada ni la movilidad, está bien que consulten”.

En cualquier caso servirá para tranquilizarse y descartar cuadros como el síndrome de déficit atencional, con o sin hiperactividad. Otra razón de peso para consultar es que la excesiva actividad del niño esté alterando su relación con los padres o sus cercanos.

Pero no todos los niños que se mueven mucho y presentan falta de atención son necesariamente hiperactivos. También hay pequeños muy inquietos en el aspecto motriz, con problemas de disciplina, pero que no sufren de un déficit de atención. Por eso, un diagnóstico oportuno no sólo calma, sino que también disipa dudas.

Si la excesiva inquietud aparece repentinamente puede ser señal de que el niño está viviendo una situación que le provoca ansiedad, como las discusiones de sus padres, la muerte o enfermedad de un ser querido o problemas de relación con sus compañeros.

En resumen, un pequeño hiperactivo suele ser más impulsivo, desobediente y bastante obstinado. Se mueve excesivamente y sin motivo (es frecuente verlos correr sin parar, sin dirección determinada), deja las cosas a medio hacer, sufre fuertes cambios de estado de ánimo y carece de autocontrol. No logra controlar la mayoría de sus movimientos y casi siempre rompe las cosas.

En vez de inhibirse frente a un extraño, puede agitarse más. En algunos casos les cuesta quedarse dormidos o no controlan la emisión de orina, aunque no siempre aparecen todos estos síntomas. Además, para hablar de hiperactividad deben darse estas características de comportamiento por un período de tiempo considerable.

Cómo ayudarlos

Si los padres sospechan que su hijo es “más que un niño inquieto”, es importante que reciban orientación y diagnóstico. Pueden acudir al pediatra, directamente a un psicólogo infantil o a un terapeuta familiar con experiencia. Hay especialistas que no consideran válida esta clasificación y no creen que exista el llamado síndrome de déficit atencional con o sin hiperactividad.

Cualquiera sea el caso, cuando se trata de ayudar a un niño que manifiesta estas conductas los tratamientos apuntan a desarrollar en ellos un mayor autocontrol, una mejor concentración, enseñarles a expresar sus emociones de manera adecuada, hacerlos practicar ejercicios o rutinas que favorezcan la relajación (yoga o masajes) y, especialmente, a encauzar su energía en actividades de sus interés, lo que puede resultar inmensamente gratificante para el niño.

Crecer con este diagnóstico puede disminuir su autoestima y por eso encontrar aquel ámbito donde sí es hábil es de gran utilidad. Para lograrlo, los padres deben encargarse de descubrir las potencialidades de su hijo.

Los niños inquietos necesitan una rutina muy simple y clara. Cualquier alteración en su sistema tiende a desorganizarlos. Hay que darles instrucciones breves y usar palabras que conozcan. Cuando le hable o le dé órdenes, asegúrese de que el niño lo esté mirando a los ojos y pídale después -de modo cordial y tranquilo- que repita lo que le ha dicho para ver si entendió el mensaje.

Felicítelo y prémielo con su atención cuando esté atento, tranquilo y cuando juegue reposadamente. Si sólo lo toma en cuenta cuando se porta mal, tenderá a repetir esa conducta. En vez de recordarle todo el día lo que no puede o debe hacer, propóngale alternativas de actividades que sí puede realizar. Proporciónele pocos estímulos al mismo tiempo.

Por ejemplo, si va a comer, coloque sólo el plato y la cuchara. Sáquelo a pasear con frecuencia, a lugares amplios y al aire libre. Estimúlelo a correr, saltar y jugar.

En casa, manténgalo ocupado en labores de su agrado, como regar, recoger las hojas del jardín, organizar la correspondencia, etc. Enséñele a postergar sus necesidades, a controlarse y a esperar un rato antes de ser atendido. Asimismo, puede estimularlo a jugar con juegos que desarrollan la capacidad de observación y de concentración. Leerle o contarle cuentos también los tranquiliza y relaja.

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